El conocimiento adquirido a través de mi entrenamiento como Lifecoach/Neurocoach me permitió tomar una posición diferente en la mayoría de las conversaciones que tengo a diario con mis clientes, compañeros de tareas, familia u otros con los cuales se intersecta mi diario caminar. Esta semana me encontré en una situación donde fue muy tangible el hecho de que en la mayoría de nosotros la escucha activa no está presente (como no lo estaba en mí antes) y les quise escribir acerca de ello.
Observé que un alto porcentaje de las conversaciones que se tienen con otra(s) persona(s) hay una tendencia a pensar para elaborar la respuesta mientras que el otro nos está hablando. Esto no solo dificulta la comunicación sino que eleva la actividad innecesaria a nivel cerebral porque estamos ocupadísimos en preparar una respuesta aun sin haber comprendido que es lo que el otro nos intenta contar. Mediante esta observación pude dilucidar que hay una gran confusión en cuanto a que es “oír” y “escuchar”.
En efecto, existe una gran diferencia entre escuchar y oír. Para empezar oír es una facultad sensorial que si no hay un trastorno físico que lo impida todos lo experimentamos. Por otro lado escuchar significa atender lo que la otra persona está intentando expresar y aunque de un modo coloquial la palabra escuchar se utiliza como sinónimo de oír, no lo es.
Escuchar es centrarse en el otro, es la manifestación del deseo de comprender, es oír para entender el mensaje que me están dando. Sé por experiencia propia que aunque suene fácil concentrarse en el otro durante el dialogo es difícil ya que esto significa que debo de mantener calladas esas vocecitas que me susurran (o gritan) sentimientos, alegrías, recuerdos, experiencias y preocupaciones que son de alguna forma traídas por palabras o frases que mi interlocutor está usando.
A través de la instrucción académica hoy puedo diferenciar 4 tipos de escuchas (de las cuales les confieso yo solo utilizaba 2) y aquí se las enumero:
La escucha inactiva: Aquí solo estoy oyendo las palabras de mi interlocutor si atenderle. Esta -es la primera que elegí evitar porque no solo es improductiva sino que haría mi trabajo muy ineficaz.
2. La escucha selectiva: En este caso el receptor del mensaje solo oye y filtra lo su experiencia y creencias le permiten recibir. Esta es la forma más utilizada por todos nosotros y al igual que la escucha inactiva no conduce a un dialogo productivo.
3. La escucha reflexiva: Esta es de suma importancia cuando tratamos un tema nuevo, desconocido o complicado ya que practicándola nos aclarara lo que el emisor está diciendo y así comprender el mensaje. Practicando la escucha reflexiva es como se llega a captar el mensaje completo.
4. La escucha activa: Esta es la que nos permite escuchar el mensaje verbal y el corporal del emisor. Aquí es donde usamos la retro-alimentación (feedback) para reafirmar o clarificar si lo que entendí es en realidad lo que el otro me quiere comunicar. Aunque esta sea similar a la escucha reflexiva, en mi opinión esta es la más importante para convertirnos en buenos oyentes.
El conocimiento aplicado me ha permitido convertirme en una persona que escucha activamente y aunque reconozco que ello requiere un esfuerzo físico y mental es fascinante como recibimos del otro un mensaje mucho más claro y conciso.
Aquí les dejo algunos de los pasos que yo misma he seguido y que quizás les pueden ayudar a desarrollar o incrementar la escucha activa:
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